Crítica: My Best Friend’s Exorcism
Prime estrenaba ayer viernes esta comedia ochentera de posesiones y exorcismos que nos lleva hasta el 1988 y nos presenta a Abby y Gretchen, dos adolescentes que han sido mejores amigas desde la infancia. Una noche quedan con su grupo de amigas para en la casa junto al lago de una de ellas, donde cerca hay un lugar que los rumores dicen está maldito. Tras aventurarse en la casa, y tras una serie de extraños sucesos, Gretchen empieza a actuar raro al día siguiente, comportándose de manera irresponsable, irritable y fastidiando a todo el mundo. Abby quiere ayudar a su amiga, pero no sabe como hacerlo.
My Best Friend’s Exorcism empieza bastante bien, recordamos los típicos tests de revistas para chicas y el típico rollo de instituto de los ochenta. Pero una vez la chica está poseída, la película empieza a dar vueltas como pollo sin cabeza sin saber muy bien por donde quiere tirar y se viene abajo en su confusión. Parece que no quiere ser la típica película de posesiones y el personaje de Gretchen, aunque actúa raro, pocas veces se comporta como la típica chica poseída, y su amiga, Abby, va dando palos de ciego buscando que le pasa y malinterpretando lo que hace.
Por suerte, en su tramo final se encauza, que es cuando el tema posesión empieza a quedar claro y sobre todo por la entrada en escena Christian, impagables el trío de hermanos cristianos y su esperpéntico show de levantamiento de pesas. Aquí ya será cuando nos metamos en faena en plan exorcismo, que es cuando la película vuelve a convencer y a ponerse divertida de nuevo.
My Best Friend’s Exorcism no está a la altura de otras comedias de terror que hemos visto recientemente, sobre todo contando que está producida por Christopher Landon, el de Happy Death Day y Freaky, que están muy por encima de esta, que se queda a medias tintas dentro del género que quiere parodiar, le falta mala leche y el ser algo más gamberra.
