Crítica: L’illusionniste (El Ilusionista)

Sylvain Chomet nos vuelve a regalar otra maravilla animada después de Les triplettes de Belleville con este El Ilusionista, mucho más melodramática y realista que la anterior aventura caricaturesca y surrealista, pero manteniéndose fiel a su particular estilo de ofrecernos un cine prácticamente mudo en el que las imágenes son suficientes para transmitir las emociones y lo que quieren transmitir sus personajes.

El Ilusionista nos lleva hasta 1959 y nos presenta a un mago ya mayor que viaja de país en país y que está en horas bajas, que ve como el espectáculo al que se ha dedicado toda su vida ya no llama la atención de la gente como hacía antes, ahora el pop está de moda y los jóvenes pierden el norte con este tipo de espectáculos. Nuestro protagonista acabará en una isla escocesa donde conocerá a Alice, una joven con la que conectará y acabará acogiendo como a una hija.

Chomet no muestra un cambio generacional en el que los viejos espectáculos ya no son bien recibidos, payasos, marionetistas y malabaristas acabarán sucumbiendo a los nuevos gustos y abandonándose incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos ni de ganarse la vida de otra manera. Nuestro protagonista se encontrará en la misma situación, viendo como los teatros están cada vez más vacios de gente y como esta ya no se emociona ni se interesa por sus viejos trucos. Probar suerte en otros trabajos no resulta ser la solución que espera a su problema de dinero ya que ser mago es lo único que ha hecho toda su vida y no sabe hacer otra cosa.

El ilusionista es un film cargado de melancolía y de tristeza, que a pesar de todo no renuncia al sentido del humor en varias de sus escenas mientras acompañamos a este buen hombre en su decadente camino sin que llegue a perder ni un ápice de generosidad ni elegancia, ni de ilusión por su trabajo. Nuestro mago siempre va acompañado por un conejo algo regordete que protagoniza alguna de las escenas más divertidas con su agrio carácter agresivo, pero es a la vez el centro de una de las escenas más emotivas y desconsoladoras justo al final del film.

Chomet insiste en un cine que hoy en día está tan desfasado y anticuado como los espectáculos que profesan los personajes de su película, pero que a la vez está tan cargado de magia y de belleza como estos. Hay que agradecer por tanto, que en los tiempos que corren haya gente valiente y atrevida que apueste todavía por seguir maravillándonos con este tipo de espectáculos que no deberían faltar nunca, lejos de las modas, con el viejo sabor de los clásicos y sin duda más perecederos y reivindicables.

El Ilusionista es una autentica joya, una lección de cine magistral, una delicia para los sentidos, un espectáculo que ningún cinéfilo que se precie debe dejar pasar, porque películas como estás se nos regalan cada bien poco tiempo y no hay que perderse estas escasas oportunidades de disfrutar del cine con mayúsculas.

PD: Al final de los títulos de crédito hay una pequeña y divertida escena final para el que quiera quedarse a verla.


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