Crítica: La Canción del Mar

by dragón negro | 12 mayo, 2015 17:48

Es una lástima que el cine de animación más tradicional, el ahora llamado 2D, esté en la actualidad relegado ya no a un segundo plano, sino más bien a un tercero o un cuarto frente al cine digital, que sigue copando prácticamente la totalidad de las producciones animadas en cine año tras año. Por eso, cuando tenemos la inmensa suerte de que, ya no solo aparezca una película como esta, sino de que se estrene en cines en nuestro país, hay que celebrarlo y alabarlo porque bien merece la pena, ya que si bien el año pasado ya tuvimos la suerte de disfrutar de Ernest y Celestine, ahora es el turno de esta maravillosa La Canción del Mar.

Tomm Moore nos sorprendía hace 5 años con El Secreto del Libro de Kells, una de esas joyas animadas con carisma y estilo propio que bien merece la pena reivindicar y revisionar. Su nueva película sigue esa estela tanto de contarnos una historia de niños repleta de fantasía donde las leyendas y el folclore irlandés, de donde procede Moore, sirven de vehículo para ello, como volviendo insistir con un personal estilo de animación artesanal en el que se nota cierta evolución además de un tono más lúgubre y tétrico, más oscuro que en su primera película.

Y es que la historia de La Canción del Mar pide unos tonos más apagados y sombríos, para contarnos este triste relato de una pareja de hermanos, Ben y Salirse, que son arrastrados a la gran ciudad lejos de su padre por su abuela con la excusa de que es lo mejor para ellos. Pero no van a rendirse tan facilmente, y emprenderán a escondidas el viaje de regreso a casa, a la isla coronada por el faro en el mar que es su hogar. Lo que sucede, es que Ben no sabe que su hermana pequeña es en realidad un ser muy especial, como lo era su madre, y se adentrarán en un mundo cada vez más misterioso y lleno de sorpresas.

No hay que olvidarse de la preciosa música irlandesa que acompaña al film, casi como un protagonista más realzando y marcando más si cabe su aire de mitologia irlandesa, además de una canción de lo más simpática y divertida al principio de su viaje. Pero es la canción que cantaba la madre la que acompaña a los hermanos durante todo su viaje, una melodia sencilla y hermosa que uno no puede evitar seguir tatareando despues de ver la película.

Es inevitable comparar La Canción del Mar con el cine del maestro Miyazaki, tanto por ese viaje iniciativo que da lugar a la acción, como por la magia que impregna cada uno de los fotogramas repletos de mitología y de seres fascinantes. Películas como Mi Vecino Totoro, El Viaje de Chihiro o El Castillo Ambulante, por nombrar solo unas pocas, tienen ese aura que atrapa las leyendas y le dan nueva vida. Aunque por cercanía, quizás la referencia más notable sea la de Ponyo, ya que ambas comparten el mar como elemento común donde nace la historia.

Preciosos y fantásticos fotogramas llenos de detalles se dan la mano con una historia repleta de simbología y de fábulas que no solo es apta para los más pequeños, sino que debería ser de obligado visionado, un oasis de animación que junto con La Oveja Shaun, con la que coincide en cartelera, son buena muestra de que hay vida más allá del cine de animación digital, del cual no me quejo y nos da muy gratas sorpresas cada año, pero es cada vez más dificil encontrarse con largometrajes tan bellos y tan orgánicos, tan mágicos.

la cancion del mar[1]

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