Crítica: Blood Vessel

Justin Dix, especialista en efectos especiales y maquillaje, realiza su segundo largo tras debutar con la ciencia ficción Crawlspace, y vemos que repite algunos de los conceptos que ya veíamos en su debut, una atmósfera asfixiante y claustrofóbica y unos personajes que se tendrán que enfrentar a un terror desconocido.
Blood Vessel nos lleva hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, en pleno océano Atlántico donde nos encontramos con una balsa a la deriva ocupada por un grupo de hombres de distinta procedencia y una mujer. Son los supervivientes de un barco hospital que ha sido torpedeado. Sin muchas opciones de sobrevivir, se topan en plena noche con un barco alemán, y mucho mejor morir luchando que ahogados. Pero el barco está desierto, y empiezan a encontrar cadáveres calcinados y a una niña rumana.
Los títulos de crédito ya son toda una declaración de intenciones, nos trasladan a otra época, al cine de la Hammer, a los años 60 y 70, y es algo que se impregna en todo el film, hasta en el uso de efectos especiales artesanales y maquillaje en los monstruos que presenta.
Blood Vessel tiene pocos personajes y todos vienen de distintas nacionalidades, y tienen personalidades bien distintas entre ellos, que pueden ser algo tópicas, pero que funcionan bien y están bien definidas, y es coherente con las decisiones que toma cada uno a lo largo del film. No es que haya unas grandes actuaciones, tampoco le vamos a pedir eso en un film de estas características, lo justo para no desentonar demasiado.
Dix recoge la formula que ya aplicó en su debut y la lleva hasta la Segunda Guerra Mundial a bordo de un barco, nos presenta un misterio que funciona bastante bien durante su primera mitad y que luego se va desinflando ligeramente, pero tiene suficiente potencial para el que aficionado al terror pase un rato bastante entretenido y sin muchas pretensiones.

Cuando las primeras escenas se dejan ver y ya notas que la pantalla verde es de marca hacendado, no te lleva mas alla, me aburrio muchisimo los vampiros rollo nosferatu…
Desde luego, no da para mucho, está claro, pero tiene su encanto